Victor Delhez

Jamás adhirió a modas y miró con desdén las nuevas corrientes no figurativas, aunque reconoció y ponderó a los grandes artistas que las animaron. De todos modos, es tan amplia su expresión, que en “Filigrana”, por ejemplo, hay síntesis abstracta, así como en otras obras incluyó el color. Por elección y porque se le imponía desde su inconsciente, buscó lo estable, lo permanente, renovando la figuración consagrada pero también -aunque con menor asiduidad- dejó los grandes temas y que señoreara lo mínimo, lo meramente lírico, y hasta incluyó la ironía.

Su serie de árboles “indispuesto”, “apuesto”, “peripuesto”, “predispuesto”, etc. muestra un humor liviano que propone el ridículo como distensión, sin abandonar la perspectiva artística.

Su obra -considerada internacionalmente- se sostiene no porque se base nada más que en una técnica fascinante, sino porque está indisolublemente ligada a una fuerte inspiración.

Y el estilo característico, narrativo, detallista, inconfundible, de intenso dramatismo y ráfagas surrealistas, se aprecia tanto en la serie de “Los cuatro evangelios” como en “Las mil y una noches argentinas” de Draghi Lucero, en “El canto de la sirena” de Miguel Cané, en “El libro de los misterios” de Fernando Diez de Medina, en “Cuentos de un soñador” de Lord Dunsany, en “Construcción de Buenos Aires” de H. Schiavo, en “Crimen y castigo” de Dostoievsky, en el “Apocalipsis” de San Juan, en “Arquitectura y nostalgia”, en “Danza macabra”, en “Piedra” o en “Pobres gentes”.

La crítica le ha dedicado enjundiosas notas, en libros y revistas especializadas, y lo ha llamado, sin exagerar, xilógrafo genial, firme pensador, crítico de civilizaciones, gótico del siglo XX.

La vastedad y complejidad de sus trabajos, llenos de símbolos y alusiones culturales, no permiten interpretaciones definitivas. Más bien despiertan incesantemente la curiosidad y abren posibilidades de reinterpretar y descubrir nuevas perspectivas y detalles inesperados. Una posible aproximación a su enorme personalidad la ofrece el tema de la muerte, muy frecuentado por él, hombre de fe, que al producir arte duradero la niega doblemente.

Al respecto, citamos lo que dijo Guillermo Petra Sierralta de la lámina VII, Primera tabla (Danza macabra): “¿Un autorretrato triple? He aquí plasmadas las reflexiones sobre la existencia y la actitud del artista frente a la fuerza y al misterio de la vida. Hay, en realidad, una unidad dentro de la diversidad. El retrato en mármol que el gran escultor Lorenzo Domínguez le realizó en Chile en 1938, se destaca por sus líneas y por su blancura. El plano inclinado del paño que corre hacia el ángulo inferior contiene en sus pliegues líneas ascendentes y descendentes que se conjugan en una franja oscura. Existe un mudo diálogo a la manera de Hamlet entre la cabeza blanca y el resto óseo que quiere conservar algún resto físico de lo que fue. La interrogación se torna patética y la respuesta queda imprecisa. Ahí, muy cerca, sobre el clima mismo del coloquio está el hombre y está el artista, meditando y dispuesto a fijar en grafías la síntesis de sus conclusiones. Observa atentamente a la cabeza transfigurada en arte y en vida, y a la cabeza transfigurada en muerte. Sobre todo a ésta, que asciende. Y el signo definitivo toma asiento en el pincel que queda estático en la mano indecisa. El dibujo y las masas están en función de la intención metafísica”.

Delhez desde joven se tuteaba con la metafísica. En lugar de evitar el asunto -como la mayoría de nosotros- o de obsesionarse, cada vez que apareció la Parca, la ridiculizó y se burló exagerándola. Él mismo decía que al presentarse, argumentaba: “Tengo que trabajar” y tornaba a representarla con su vitalidad invencible hasta hacerla desesperar.

Cada vez que la muerte ladró o movió la cola -me dijo en una entrevista- le ordenó “A la cucha”. Y sostuvo que en cuanto nos preguntamos por el valor de la vida y damos vueltas sobre esto, la muerte se patentiza porque dejamos de vivir. El secreto está en vivir intensamente y dejar vivir.

El humor de Delhez -era octogenario entonces- me hizo imaginar la siguiente escena. Él andaba por ahí, con unas valijas llenas de grabados, mirando el mundo, curioso como un niño terrible, cuando se le presentó la muerte. “Vamos”, le dijo. Y él contestó: “Un momentito. Voy a despachar las valijas”. La muerte, interesada, replica: “No; te quiero con todos tus tesoros”. Y el maestro, con una sonrisa burlona, le dice: “Yo voy solo. Mis valijas son para la humanidad”. La muerte entonces se deprime y vuelve a la cucha que él le asignó en su casa en Chacras.

En carta enviada a Luis Waysmann, quien sufrió una operación quirúrgica mutilante, Delhez revela lo que sostenemos y sirve de cierre a esta nota. “Sin más allá la muerte se limita al acto de morir. Y si ese más allá fuese científicamente demostrable o filosóficamente establecido, la muerte perdería igualmente su significado, esta vez por suspensión parcial de su misterio con el traslado del foco de nuestra fe: de su plenitud de creer en lo no verificable por los sentidos... El esperar la Gracia ya es una gracia superior a la Gracia donada y no del todo agradecida”.

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